Testimonio de Jorge Rulli sobre la Resistencia Peronista
Jorge Rulli
Tiene una personalidad que impacta, una historia que conmueve y un destino que asusta. Cuando uno lo conoce, percibe con certeza que nunca ese tipo que tiene delante puede pasar desapercibido. Y no sólo por su metro noventa, sus cien kilos de bien proporcionado físico, su barca blanca y su penetrante mirada con un celeste y único ojo que le dejara la tortura. No sólo por la energía y la seguridad que trasmite en ese apretón de manos. En el transcurso de la charla con Jorge se va presintiendo al hombre íntegro, al luchador incansable, al guerrero. Ese hombre que habla de la ecología o de la necesidad de elaborar un pensamiento americanista con la misma pasión que a los dieciséis años salió a las calles de Buenos Aires a pelear con los Comando Civiles, y a formar desde sus cimientos la Juventud Peronista.
TESTIMONIO – Jorge Rulli (Primera Parte)
Mi experiencia comienza unos meses antes del golpe. Salgo a la calle empujado por las circunstancias, por mi compañeros, en realidad no sé exactamente porque el 31 de agosto. Yo no me sentía demasiado peronista sobre todo porque mis padres lo eran y estaba en la edad de la rebeldía, de todas maneras había estado en Plaza de Mayo el día del bombardeo y había visto la actuación de los aviones ese 16 de junio. El 31 de agosto cuando en el colegio nos enteramos de la renuncia de Perón -yo estaba en cuarto año en el colegio Nicolás Avellaneda- sentí que todo cambiaba y que tenía que hacer algo. Y con un grupo de muchachos, que no iba más allá de la media docena, en un colegio de 400 o 500, nos fuimos directamente hacia el local de la UES donde nos encontramos con una banda de 3000 que ya en camino había roto ramas de árboles y cada uno es había provisto de un garrote. Nosotros rompimos sillas y agarramos palos, no sabíamos muy bien contra qué íbamos a pelear pero estábamos decididos a todo.
Salimos hacia la Plaza de Mayo y estuvimos todo el día gritando “Dale leña”. Fue el día del discurso del “cinco por uno”. Después nos volvimos a nuestras casas, contentos de haber vociferado todo el día y pensando que habíamos triunfado. Al otro día yo volví al Nicolás Avellaneda y tuve la experiencia de lo que era el golpe anticipado. Fuimos sancionados, castigados, yo tuve que pasar un larguísimo plantón por llevar un escudo de la UES en la solapa; o sea, ya era territorio enemigo. El grueso de los estudiantes despotricaban abiertamente contra el peronismo.
El día del golpe lo viví como un traumatismo muy grande, lloré desesperado, salí a la calle a hacerle gestos violentos a los autos que pasaban, que eran una caravana interminable por el barrio de Belgrano, en donde yo vivía. Debo haberles parecido ridículo ya que nadie se molestó por mis gestos, por mi odio. El recuerdo de esos días es de una gran indefensión. Veía pasar los tanques del ejército sobre los vagones del ferrocarril en el puente Pacífico, iban hacia el interior, se corrían rumores de que se combatía en Rosario, se combatía contra la gente. Tiraron contra manifestaciones obreras en varios lugares- Luego se cubrieron con un manto de olvido muchas de esas matanzas.
Yo por desgracia no tuve la oportunidad de integrarme a alguna de esas manifestaciones espontáneas en esos días del 55. Anduve solo y me refugié en mi dolor. Otra sensación muy fuerte que sentí fue la de la traición. La Unidad Básica de mi barrio se convirtió en un comité de la UCR, con eso te digo todo. Gente que era connotadamente peronista colgaba la bandera argentina en el balcón. En nuestro colegio el delegado general de la UES fue uno de los cabecillas del hostigamiento antiperonista. Esas son imágenes muy fuertes a la edad de quince años: indefensión, traición.
Hubo una profunda decepción frente a los viejos liderazgos. Esto era general Para mí que tenía 15 años haber escuchado a Di Pietro, Secretario General de la CGT, pidiendo perdón, diciendo tonteras por la radio, fue un golpe muy grande. A mí y a mi generación nos separaron para siempre de todo lo que había sido los dirigentes peronistas del pasado y ayudó a que nos creáramos una imagen de que el peronismo nacía con nosotros.
Esto de fue afirmando con el tiempo, éramos hijos de un nuevo peronismo que tenía poco que ver con el que era antes del 55.
El golpe militar habría de permitir que naciéramos más puros, que naciéramos otros. Esa fue toda la ideología de la JP después. Éramos otra cosa, purificados por aquel gran trastocamiento.
Comienzo a recorrer diversos lugares tratando de juntarme y relacionarme con otras personas. Concurro a una conferencia que daba Saúl Jecker en la sede del Partido Socialista de la Revolución Nacional -que era un desprendimiento del Socialismo que se había peronizado- y no éramos más de diez personas. Ahí conozco gente que estaba como yo: derivando de un lugar a otro, merodeando y buscando cómo ligarnos. Éramos los náufragos, los sobrevivientes de un gran naufragio que andábamos buscando armar algo nuevo. Ahí nos encontrábamos y se corrían rumores, se intercambiaban datos, muy cándidos, pero que eran el alimento de esa época.
Por ejemplo, una vez salió en el diario la existencia de una comisión pro premio Nobel del General Perón. Yo era tan pibe y tan ingenuo que fui a la dirección que figuraba en el diario y por supuesto que no existía. Seguramente los obreros del diario habían metido eso. También se decía que en las chapitas de la cerveza Quilmes figuraba el símbolo de “Perón Vuelve”. DE esas había miles y ahí como en otros lugares te pasaban todo este tipo de chimento. Yo “compraba” todas. Claro, esto de alguna manera levantaba la moral, eran recursos imaginativos del pueblo. Un pueblo que no sabía luchar y que tuvo que aprender a luchar.
Yo continué por un tiempo una militancia solitaria. De noche salía a pintar paredes con el P y también me había hecho un sello con la misma sigla y me llevaba los papeles de las pizzerías, -los papeles para agarrar el cacho de pizza- hacía volantes y los tiraba del puente Pacífico. También empecé a recorrer librerías y con la guita que me daba mi viejo para los estudios compraba libros. Compré toda la línea de libros de formación de los jóvenes del APRA peruano. Mi primer libro fue el que escribió Gregorio Selser sobre Sandino. También leí algo sobre la revolución en Bolivia, que me fue dando una perspectiva muy marcada hacia la insurrección, la cosa armada. Y por el lado de la formación de los jóvenes del APRA, una ética muy estricta.
Mis primeras vinculaciones orgánicas con el peronismo se me van a dar a mediados del 56 en las “Marchas del Silencio”, organizadas por el periódico “Palabra Argentina”, en desagravio a los fusilamientos del 9 de junio. Yo había comenzado a ir a esta publicación y ahí conocí a “Tuly” Ferrari. En estas marchas nos iríamos a conocer muchos de los que después íbamos a militar juntos. A mí se me quedaron grabados rostros para toda la vida. Fue una impactante eso de encontrar una calle llena de gente. Gente como yo, de mi generación, con mis miedos, con mi desconcierto. Iguales que yo. La Marcha del Silencio fue sentir 2.000 o 3.000 personas iguales a mí, en la calle. Ahí nos reprimieron los “Comandos Civiles”. Yo había quedado con un grupo y nos dispersó un tipo en calle Santa Fe, con una pistola apuntándonos a la cabeza. Nosotros no teníamos experiencia en este tipo de combates callejeros y además es muy difícil actuar con gente que no conocer. Yo me escondí detrás de un auto, pero me quedé con la sangre en el ojo.
Fueron los antecedentes de lo que después comenzamos a elaborar. A principios del 57 un compañero de la infancia, que sigue siendo amigo mío, Osvaldo Agosto, me conecta con la gente de Corrientes y Esmeralda. En ese momento era un grupo que se encontraba siempre en la misma esquina y se dedicaba al asunto ese de pasar rumores, se ponían botones blancos en las solapas y ocasionalmente provocaban alguna escaramuza con motivo del Decreto 4161 que prohibía cantar la Marcha y toda la simbología peronista. Cuando me enganché ahí empecé a ir todos los días. En los primeros disturbios me voy conectando y voy siendo distinguido por otros jóvenes de mi edad que también querían hacer cosas. También había bastantes disturbios frente a los diarios. Se armaban corrillos que terminaban siempre a los puñetazos. La Nación de la calle Florida y La Prensa de Avenida de Mayo.
En esta esquina es donde me conecto y me invitan a la casa de Susana Valle, donde se organiza uno de los primeros comandos de la Juventud Peronista. Ahí estábamos con Tuly Ferrari, Pocho y Gustavo Rearte, Héctor Spina y formamos el Comando General Valle. Susana nos marca un proyecto de desmantelamiento de la organización paramilitar, que eran los Comandos Civiles de la ciudad de Buenos Aires. Se organizan varios planes que después no se realiza ninguno, pero lo que queda es la determinación de ir armando con más inteligencia el combate contra el Movimiento Cívico Revolucionario, que es lo que vamos a realizar los dos años siguientes. En síntesis, el objetivo era ganar la calle para el peronismo.
Así se inicia lo que yo llamo la batalla por el centro de Buenos Aires, que fue la lucha contra los Comandos Civiles que eran una plaga terrible. Eran la expresión de la soberbia y la conciencia de poder de los sectores medios. Ejercían un antiperonismo visceral y estaban por todas partes. No había una esquina donde te manifestaras donde no apareciera uno. Los días que intentábamos organizar algún acto aparecían en forma organizada y siempre armados. Pero nosotros ya habíamos aprendido a reconocernos y a pelear juntos en la calle y a confiar el uno del otro. Ya no era como el primer día, en la Marcha del Silencio, que el tipo que sacaba el arma y nos apuntaba, después podía guardarla, retroceder e irse. Ahora el que sacaba un arma ya no se iba más. En la calle Florida hubo uno, por ejemplo, que tiró e hirió a varios, pero nosotros no quedamos alrededor rodeándolo, como en la selva, hasta que se le acabaron las balas y después la gente lo pateó hasta que e cansó. Yo fui el que lo alcancé. No supe hacerlo bien ya que me podría haber matado, porque lo paré cuando él corría y lo deje que se diera vuelta con la pistola en la mano… decía que se le habían acabado las balas. Esto lo pensé mucho después y también lo conversábamos, ya que realmente nos iba la vida.
Nuestra pelea era a mano limpia o con cachiporras. Yo fabricada cachiporras, a escondidas, en el taller de mi padre. Esto también generaba toda una discusión ya que las armaba livianitas porque tenía mucho temor de herir grave a alguna persona. Con lo cual después le pegabas a un tipo y no pasaba nada. Como me pasó a mí una vez que uno me corrió más de tres cuadras. Era un grandote que le estaba pegando a otro compañero y yo fui de atrás y le sacudí con la cachiporra. El tipo se dio vuelta y me corrió como un loco.
Además, nuestra gente era muy pobre físicamente, muy raquíticos, muy de baja estatura. Perones del centro, del Correo Central, lustrabotas, prostitutas, estudiantes pobres y obreros de distintas ramas. Nos era difícil competir con los Comandos Civiles que en general eran animales de un metro ochenta y noventa kilos de peso, bien comidos y entrenados en deportes de equipo. No teníamos mucha chance de ganarles salvo que los superáramos en número y actuáramos por sorpresa.
Empezamos a poner en marcha la cuestión de la foto de Perón. Todas las noches y varias veces por noche colgábamos en la esquina de Corrientes y Esmeralda una foto de Perón y esperábamos que alguien pasara y la rompiera. Y la rompían cuatro o cinco veces por noche, porque el grueso de la gente que caminaba por esas calles no podía soportar la foto de Perón. Era tal el odio y la soberbia que tenía esa gente que cualquier tipo, hasta el último oficinista, se creía con derecho y hasta con la obligación de romper la foto de Perón. Y ahí le caíamos nosotros y entre tres o cuatro le dábamos con las cachiporras y salía maltrecho. Ese tipo nunca más se metía a romper una foto de Perón. Nosotros volvíamos a colgar otra foto y esperábamos y así toda la noche, desde las ocho de la noche hasta las tres de la mañana. Caía uno detrás de otro. Es que no podían admitir que la gente se siguiera manifestando como peronista. A veces eran grupos de gente y no podíamos tocarlos y entonces los seguíamos hasta que podíamos atacarlos. Pero que se la llevaban, se la llevaban siempre y a veces los dejábamos muy mal heridos. También nosotros a veces salíamos mal heridos, no era gratuita la cosa. Una vez pasó un gordo con dos mujeres muy elegantes y rompieron la foto. Le dimos con todo y después que lo habíamos tirado y pateado, la hija del general Sosa Molina que era una compañera nuestra, le rompió el paraguas en la cabeza. Resulta que el gordito era coronel del ejército. Al otro día cayeron los cadetes del Colegio Militar, vestidos con ropa de calle pero con puños de acero, cachiporras y a los que agarraron les dieron una paliza terrible, los destruyeron.
En esa práctica fuimos formando una particular organización, donde cientos de compañeros nos conocíamos y nos identificábamos en la calle, sabiendo a lo sumo el nombre del otro pero desconociendo dónde vivía, quién era, nada. Sólo sabíamos que nos íbamos a encontrar en algún lugar, y nos encontrábamos todos los días. Poco a poco uno iba descubriendo en quién más podía confiar y así se fueron conformando grupos. Los liderazgos se reconocían de una manera no expresa, en la calle. El que mandaba era el que asumía ese rol en el momento de la pelea. Claro, que casi siempre era el ismo, ya que además iba adquiriendo una experiencia de lucha, y aprendía a dar órdenes.
Con el tiempo, cuando fui leyendo esos materiales sobre la guerra revolucionaria en Vietnam o en Argelia, fui comprendiendo que lo nuestro eran esbozos de ese tipo de luchas, que es la forma en la que el pueblo actúa. Corrientes y Esmeralda no era lo que tradicionalmente se denomina “un grupo organizado”, pero sí tenía un tipo de organización, aunque no convencional, posiblemente más inteligente para ese tipo de pelea.
El proceso de erradicación de los Comandos Civiles de las calles porteñas fue bastante rápido. Simultáneamente comenzamos a fabricar petardos. Los lustrabotas estaban todos con nosotros y ellos nos daban las latas vacías. En las farmacias comprábamos las barritas de azufre, esas que se usan para el dolor de cuello, píldoras de clorato de potasio y las molíamos en el paseo de la 9 de Julio, sobre los bancos de piedra, entre treinta y cuarenta muchachos, era una cosa muy abierta. Los días de huelga o las fechas conmemorativas del peronismo sembrábamos las latitas por todo el centro provocando una sensación de caos.
Generalmente las poníamos en las vías de los tranvías que circulaban por calle Corrientes y cuando empezaba una explosión tras otra la gente huía del centro. A esto sumale que nosotros armábamos escándalo, cantábamos la Marcha Peronista y creábamos un clima de intimidación que estaba claramente dirigido a los antiperonistas. Con ese tipo de práctica logramos en unos mese que del espontaneísmo gorila pasaran a la indiferencia total. La utilización de estos métodos y la importancia de hacer retroceder a la soberbia gorila no se entiende si no se la sitúa en el clima que se vivía en ese momento. Porque si había alguien que vivía intimidado, ése era el pueblo peronista y el objetivo era revertir la situación. Yo he visto por la calle Corrientes un pobre tipo que medio en pedo se le ocurrió gritar “Viva Perón” y que en forma inmediata y espontánea se juntaran más de veinte personas a pegarle, la mayoría mujeres a paraguazos y patadas. Era una cosa increíble, un odio visceral. La necesidad de imponer el “orden”, de erradicar esta “lacra” del peronismo. Era una persecución ideológica pero no en un típico sentido de la palabra. No era que se peronista fuese ser de izquierda, ser peronista era una vergüenza, una lacra, algo que había que erradicar. Era ser basura, cosa de negros. Era el desprecio de los sectores dominantes al que se había sumado la clase media. Era mucho más terribles que cuando te persiguen por marxista: no era ser subversivo, era ser una mierda. Entonces cuando nosotros agarrábamos uno de esos gorilas lo destrozábamos, sin palabras, sin ideología. Y ese tipo de represalias sobre un compañero aislado no ocurrieron más.
Otra de las cosas que hicimos varias veces es que algunos de nosotros iba mejor vestido, con saco y corbata, y otro grupo, que eran los más atorrantes, los más lúmpenes, se ponían en la esquina y cantaban la Marcha Peronista. Nosotros nos poníamos en la vereda de enfrente y esperábamos que se juntara un grupo grande de gente. Escuchábamos los comentarios: “como puede ser esto”, “es inaudito”, “y la policía no hace nada”. Cuando habían treinta o cuarenta personas, empezábamos nosotros también a dar manija: “tenemos que hacer algo”, “nosotros somos los responsables”, “estos negros de mierda”. “Claro que sí” decían las viejas y los viejos y los oficinistas y los ejecutivos. Y cada vez se juntaba más gente y los otros seguían cantando, vivando a Perón. Los pequeño burgueses de la banda que nos habíamos empilchado bien para que no nos reconocieran como peronistas, volvíamos a la carga: “esto no puede seguir, hay que darles un escarmiento”. Y haciendo punta bajábamos la vereda y caminábamos hacia donde estaba la manifestación y los tontos nos seguían. Cuando estábamos llegando al enfrenamiento nosotros retrocedíamos y mientras los otros los atacaban por delante, nosotros los atacábamos por detrás. Con lo que los 40 o 50 gorilas que iban a realizar un escarmiento salían escarmentados. Se llevaban unas palizas terribles.
¿Y qué pasaba? Unas semanas después de este tipo de prácticas, cuando un grupo cantaba la Marcha Personita, la gente cruzaba la calle. Se acababa eso de: “estos negros de mierda”, no hacían ningún comentario porque además no sabían a quién tenían al lado. Todo esto fue muy duro, había mucha sangre de por medio, muchos fusilados, muchos muertos y todos estos gorilas de clase media que decían “estos negros…” eran cómplices, eran corresponsables de estas persecuciones.
Estos métodos que pueden parecer fascistas eran los únicos que teníamos para pelear en la calle y frenar a este sector que nos venía atropellando. Un importante sector al cual en ese momento no nos importaba ganar ni convencer de que los peronistas también teníamos derecho a expresarnos, simplemente necesitábamos paralizarlos, neutralizarlos. Pirque a partir de que nosotros neutralizamos todo este tipo de hostilidades, empezó nuevamente a manifestarse el pueblo peronista, que nosotros sabíamos que estaba y que era mayoría, pero callaba por miedo.
Esto se vio muy claramente el día de las elecciones en que triunfó Frondizi. Se organizó una manifestación desde el Comité de la UCRI hacia el centro, vivando a Frondizi. Nosotros, que habíamos estado con el voto en blanco igual nos sumamos a la columna gritando “Frondizi, Frondizi”. Cuando al rato nos vamos reconociendo con otra gente y vemos que somos muchos peronistas que estamos en la manifestación uno larga: “Frondizi y Perón, un solo corazón”, y la gente sorprendentemente se prende con la consigna. En un primer momento pensamos que era por reconocimiento que habían ganado por los votos peronistas, pero al rato otro se impacienta y empieza: “Perón sí, otro no” y ahí sucede algo increíble, todo el mundo se pone a cantar “Perón sí, otro no”. En medio de este jolgorio, en que nos damos cuenta que esta manifestación de más de 5.000 personas, salvo alguno que se habrá abierto, éramos todos peronistas y que nos manifestábamos porque habíamos perdido el miedo, un Comando Civil se nos planta en medio de la calle Corrientes y nos balea.
Anécdotas de escaramuzas y combates hubo muchísimas. Me acuerdo de otra que muestra la espontaneidad de la gente, la inventiva popular. Un 16 de septiembre, creo que de 1957, los Comandos Civiles Revolucionarios hacen un acto en Plaza San Martín. Yo no me había puesto de acuerdo con nadie pero se me ocurrió ir a ver que pasaba. Voy y veo que del otro lado de la avenida, debajo de unos árboles, en una zona bastante oscura, había un grupo de gente. Me llama la atención, me acuerdo y eran gente conocida de Corrientes y Esmeralda. Pero no mis compañeros jóvenes, gente mayor. Estaban allí para ver, despotricar, sacarle el cuero al gorilaje: “pero mirá estos hijos de puta”, “mirá la vieja aquella”. Total estábamos lejos y nadie nos escuchaba. De pronto nos damos cuenta que había otras personas al lado nuestro que estaban escuchando nuestra conversación. Gente que había ido al acto, pero que por diversos motivos se habían quedado un poco apartados. Entonces un viejo muy bien vestido, alto, aristocrático, con bastón, se desprende de nosotros, baja el cordón y retrocediendo empieza a decir, medio tartamudeando por la indignación: “pero, pero qué es esto. Ustedes son peronistas. Son peronistas”. Alzando cada vez más la voz y dirigiéndose hacia el lado del acto, que tenía como mil personas y donde había un cordón de gente pesada, con brazaletes y sin duda enfierrados. Nosotros estábamos a menos de cincuenta metros y el viejo ya se nos había despegado y no lo podíamos parar y cada vez gritaba más fuerte: “peronistas, son peronistas”. Yo pensé que ahí nos mataban, porque además a muchos de nosotros nos tenían muy identificados y nos tenían un odio terrible. Yo me quedé paralizado, el grueso se quedó paralizado. Pero hubo uno, estos héroes anónimos de la esquina de Corrientes y Esmeralda, que con un rasgo de genio pega un grito y dice: “un peronista” y lo señala al viejo. Inmediatamente todos nos daos cuenta y empezamos a gritar: “un peronista, un peronista”. El viejo se espanta y sale corriendo. Y más de la mitad de la gente que estaba en el acto, se va como una jauría corriendo detrás del viejo. Este aterrorizado suelta el bastón y corre para el lado donde está el Círculo Militar, pero la gente lo alcanza y se escuchan los gritos y los golpes. Nosotros cuando vemos este espectáculo empezamos lentamente a retroceder, hasta que de pronto se escucha una voz que sobresale en el griterío y dice: “yo lo conozco, yo lo conozco”. Ahí salimos a escape.
En 1958 el Comando General Valle se divide. Quedamos por un lado Spina y yo, como “Comando Centro”. El “Comando General Valle” queda trabajando fundamentalmente en Ciudad Evita, en la Matanza, que era la zona de los Rearte y del Tuly Ferrari. Esta división se dio el día en que nos reunimos todos en asamblea en un autobús, en el centro, en calles oscuras. Uno de los compañeros trasladaba chicos del colegio en este autobús. Así que nos sentamos cada uno en un asiento y se hizo la asamblea. Y ahí nos dividimos. Había diferencias de tipo personal entre Spina y los Rearte. Yo, también por una cuestión personal, quedé con Spina. Era el segundo del Comando Centro, venía Spina y yo.
No obstante la división seguimos trabajando juntos con el Comando General Valle y durante el transcurso de los años 58 y 59 vamos a realizar numerosos encuentros de Juventud Peronista. Hacemos una convocatorio a diversos grupos de JP y logramos reunir más de veinte. Ahí conozco a la que va a ser luego mi esposa “Bechy”, Beatriz Fortunato, que también iba a la esquina de Corrientes y Esmeralda y era muy activa. Ella pertenecía al mismo Comando que Tito Bevilacqua y Haydée Pesce, que eran la Juventud de la “Alianza Libertadora Nacionalista” relacionada con Queraltó. Después estaba el grupo de Kelly que también pertenecía a la Alianza -que estaba mal visto pero también concurría a las reuniones- la “Juventud de Perón” (JDP), “Montoneros de Perón”, “Guardia de Hierro” y una cantidad de grupos más. También había muchos grupos que no tenían una denominación, sino que simplemente eran JP de los barrios o de las zonas como la JP de Almirante Brown, o la de Merlo, que eran las más importantes. Yo mismo, además de la actividad en el “Comando Centro” había formado un grupo de JP en el barrio. Un día en una escaramuza que hay en el centro, yo no conocía a nadie, escapamos con otros compañeros y nos refugiamos en el subte. Me subo a un vagón y veo que conmigo viaja un morochito que yo lo había visto en el medio del despelote. Me pongo a hablar con él y viajamos juntos hasta Palermo. Cuando llegamos nos ponemos a caminar y me dice que va para el barrio Las Cañitas. Resultó que vivía a cuatro cuadras de casa. Al otro día nos reunimos en la casa de él y formamos un grupo. Como él era obrero y yo estudiante le pusimos “Juventud obrera estudiantil Palermo”. Yo me hice novio de la hermana, él integró un par de amigos y se armó un grupito. Como tareas pintábamos las paredes del barrio, identificábamos a los más gorilas y les ensuciábamos las casas con brea. Sacábamos un pequeño diario que le llamábamos “Sangre Nueva”, que más que diario era una hoja. Este es un aspecto interesante de rescatar, lo que podemos denominar “las hojas de la JP”, que la mayoría de los grupos de JP sacaba su propio diario y así había cientos, cada uno con su propio nombre. Por ejemplo el del grupo de Bechy y Bevilacqua se le llamaba “Chuza”.
En el transcurso de los años 58/59 se realiza una práctica que tiende a estrechar vínculos entre los diversos grupos de JP, a coordinar tareas, a coordinar actividades fundamentalmente en fechas como el 1 de mayo y el 17 de octubre. Toda esta actividad es la que va a desembocar a fines del 59 en la conformación de la “Mesa Ejecutiva de la Juventud Peronista”. Cuando vemos que la práctica anterior ya no funciona, que el nivel de organización ya no basta, y además gracias a Jorge Di Pascuale conseguimos que se nos abran las puertas del sindicato de Empleados de Farmacia, de la calle Rincón, y por primera vez tenemos un local donde reunirnos, nos proponemos dejar este nivel primario de coordinación para acciones concretas, la unidad en la acción, para pasar a otro tipo de unidad, la unidad orgánica. Convocamos a una asamblea en Farmacia, resultado de la cual queda constituida la Mesa Ejecutiva de la JP. La dirección de este organismo estaba compuesto por cinco Secretarios y cada uno tenía un Subsecretario. En el primer nivel estaba Gustavo Rearte, “Tuly” Ferrari, Héctor Spina, Mario “Tito” Bevilacqua y el “bigotudo” Funes. Cada uno tenía su “hombre de confianza”, que organizativamente recibía el nombre de Subsecretario. Yo estaba en la Secretaría de Organización junto al petiso Spina, “Bechy” Fortunado funcionaba con Bevilacqua, “Pocho” Rearte con su hermano Gustavo, creo que Felipe Vallese con el Tuly y después había alguien más que no recuerdo.
En esta asamblea aparece por primera vez Brito Lima. Fue la única Juventud Justicialista que se hizo presente, y ahí lo conocimos. El fue como representante de la Juventud del Partido Justicialista de la Matanza. Nosotros no sabíamos que el Partido pudiera tener su propio grupo de juventud, pero nos pareció algo irrisorio ya que para nosotros la gente de la estructura partidaria estaba totalmente descalificada, era la gente que había traicionado en el 55, era la gente que había puesto la bandera festejando la caída de Perón. Considerábamos que tenían intereses espurios, electorales. Nosotros estábamos en otra cosa, en formar milicias armadas, en hacer una revolución total, jamás se nos hubiera ocurrido afiliarnos, sentíamos un profundo desprecio por estos políticos liberales, ninguno de nosotros hubiese siquiera imaginado organizar la juventud dentro de la estructura del Partido. Esta fue la primera diferencia con Britos. Cuando él se presenta como Juventud Justicialista, todo el mundo se mira y él queda medio desubicado, se da cuenta que es el raro de la reunión, el moderado. Porque en ese momento las diferencias no se manejaban como derecha e izquierda, se manejaban en términos de ser hombre o ser un boludo, o algo así. Él se da cuenta que ser del Partido era para nosotros como ser una cucaracha, entonces en todo el transcurso de la reunión y después, trata de arrimarse a nosotros, de caer bien, de hablar, de saber qué hacíamos, cómo actuábamos, pero nadie le da bola, lo pateamos, fundamentalmente Spina lo trata siempre con mucho desprecio.
La creación de la Mesa Ejecutiva de la JP se da en forma coincidente con el momento más culminante de todo este período de nuestra lucha en las calles, en el año 59. Fundamentalmente en relación con la huelga general, la toma del Frigorífico Lisando de la Torre o la lucha del 3 de abril de ese año. Ese día se quemaron más de cuarenta vehículos en la Capital, trabajamos a pleno, estábamos en nuestra salsa, habíamos logrado que la policía retrocediera y que la gente ganara la calle. Las hogueras crecían por todas partes. Ese era el tipo de lucha en la que nosotros nos habíamos fogueado. En la toma del Frigorífico es lo mismo. La lucha de todo un barrio obrero y nosotros moviéndonos como “peces en el agua”. Por eso cuando leímos a Mao Tsé Tung nos sentimos plenamente identificados porque todo lo que explicaba de la “chispa en la pradera” y el “pez en el agua” con respecto a la guerra rural, era lo que nosotros veníamos practicando en la ciudad: nosotros éramos como maoístas urbanos pero que no habíamos leído nunca a Mao. Nuestra lucha era esa, con la gente y en las calles éramos expertos en la lucha callejera. Si se había practicado algún acto de terrorismo, había sido totalmente episódico, muy secundario en la práctica de la Juventud Peronista. El poner caños tenía más que ver con los grupos de la Resistencia, pero no con la JP.
Hubo posiblemente dos elementos que coincidieron para que junto a la creación de la Mesa Ejecutiva nos inclináramos hacia formas de lucha más “militares”. Uno es que a lo largo de los años 57/58 liquidamos el Movimiento Cívico Revolucionario y su brazo armado que eran los Comandos Civiles Revolucionarios. O sea, los desalojamos de la calle y desaparecen. Y además logramos quebrantar la moral de los sectores medios antiperonistas. Y entonces las calles son nuestras, sobre todo las del centro de la ciudad, no encontramos resistencia. En ese momento, cuando los civiles antiperonistas pierden el dominio de las calles, comienza a aparecer la policía. Y entonces comenzamos a tener otro tipo de problemas, porque contra la policía no se podía actuar de la misma forma que contra los civiles. Empiezan las primeras detenciones. Empezamos a ser detenidos todas las semanas: averiguación de antecedentes, desórdenes; es un desgaste muy grande, sobre todo porque comenzamos a tener problemas con nuestros padres, en casa. El otro elemento que marca nuestra inclinación hacia otro tipo de actividades es la aparición de los Uturuncos en Tucumán. Este es un fabuloso estímulo para nuestra imaginación. Nosotros teníamos la tendencia a afiebrarnos con esto de las esperanzas revolucionarias, éramos sumamente románticos, así que empezamos a elucubrar todo tipo de cosas. Por otra parte, en esos días, a fines del 59, se da la muerte y tortura de un compañero que es arrojado desnudo desde una ventana del Departamento Central de la Policía Federal. En el entierro, en el cementerio de Lanús, nos encontramos con familiares de los fusilados del 9 de junio, gente de la Resistencia, muchos compañeros peronistas y nos enteramos que este compañero asesinado tenía los dedos quemados, las uñas arrancadas, que había sido torturado brutalmente antes de matarlo. Muy impresionados e indignados por esto, ahí mismo decidimos pasar a otro tipo de lucha. Me acuerdo que un grupo pequeño nos apartamos del entierro, vamos a un bar cercano, y ahí nos comprometemos, nos juramentamos para conseguir las armas necesarias para el nuevo tipo de acciones que nos proponemos realizar, acciones de tipo militar.
Nuestro bautismo de fuego, nuestra primera acción militar realizada como Juventud Peronista, fue el asalto a un destacamento de la aeronáutica en Ezeiza. Ese destacamento había sido instalado ahí, con el objetivo de evitar que los vecinos de la zona ocuparan un barrio construido por la aeronáutica. Esta ocupación era a su vez el resultado de un trabajo política realizado por la JP de Ciudad Evita. Motivo por el cual los milicos habían establecido un cordón protector y un vivac con personal armado, que fue el que asaltamos. Cuando decidimos pasar a la acción nos reunimos como siempre en el Sindicato de Farmacia, donde en la parte de atrás teníamos nuestro “cuartel”. No teníamos una organización compartimentada como después se estiló, sino que todos estábamos en conocimiento de lo que se iba a hacer. Me acuerdo que Bechy confeccionó unos brazaletes con la sigla que se le ocurrió, que era EPLN de Ejército Peronista de Liberación Nacional Y luego nos organizamos y fuimos a la acción, así como íbamos a cualquier lucha callejera, sin mayores cambios excepto que nos preocupamos de conseguirnos cada uno algún arma de fuego, pero algunos no la tenían. Fuimos en colectivo, simplemente, hasta Ciudad Evita. También se tomaron el colectivo otros compañeros que no iban a participar con nosotros pero que igual nos acompañaron hasta la zona, ya que ellos vivían por ahí. Entre éstos venía Brito Lima que se pasó todo el viaje rogándonos que lo llevásemos pero nosotros no quisimos porque no le teníamos confianza. Pero no le teníamos confianza política, considerábamos que no era un luchador como nosotros. Así que nos iba pidiendo reiteradamente que por favor… todo el camino fue rogando, sobre todo al petiso Spina, que se dedicaba a mirar para otro lado y a no darle pelota. Lo despreciaba profundamente.
Llegamos a Ezeiza y entramos al barrio lo más furtivamente que pudimos, dentro de la zona custodiada por la aeronáutica, y llegamos hasta la casa de uno de los ocupantes clandestinos de los departamentos, que era un compañero de la Juventud Peronista. De a uno fuimos entrando y luego nos echamos todos al suelo de la sala, abrimos las ventanas para que nadie sospechara que había alguien ahí, ya que era verano y así estuvimos horas esperando que cayera la noche y que fuera el momento propicio. Mientras, Gustavo Rearte nos explicaba la situación, cuál era el dispositivo enemigo y además nos explicaba que el que había prometido las granadas no había cumplido, que no se había conseguido ningún vehículo para irse, así que había que decidir: o hacerlo con los pocos recursos que teníamos y luego irnos a pie o suspenderlo para otro día. Lo discutimos entre todos y decidimos hacerlo de todas maneras. La situación en la casa era muy tensa porque en ese momento estaba pariendo… estaba alumbrando la compañera del dueño de casa, de manera que había mucho movimiento, la partera, la madre del muchacho y se escuchaban los gritos de la chica que alumbraba, era todo muy emocionante porque nosotros también alumbrábamos un nuevo estadio de lucha revolucionaria. En medio de todos estos gritos con las luces apagadas se veía el cielo estrellado de Ezeiza, nosotros acostados en el piso éramos unos diez compañeros cada uno con su arma y sabiendo que a lo mejor nos mataban unos minutos después. Creo que fue una de las noches más caga cargadas que he vivido. Sobre todo porque fue la primera que velaba armas. Hasta que Gustavo consideró que era conveniente, nos dispuso por grupos nos dio cada grupo su misión, concertamos nuestros relojes y bajamos. Atacamos el lugar por tres lados, reducimos solo a dos soldados porque los demás huyeron, y no los pudimos perseguir porque corrían despavoridos eran quizás más que nosotros. Así que fue un éxito y un fracaso. Fue una gran disparada de parte de ellos no nos presentaron combate. Y fue un relativo fracaso de nuestra parte ya que no supimos hacer más que dos prisioneros. Después volvimos caminando cortando campo hasta Buenos Aires, con las armas esa noche de lobos disfrazándonos y reencontrándonos sucesivamente, cruzando alambrados, metiéndonos en charcos y así caminando horas y horas hasta que llegamos a las 6 de la mañana a nuestras casas con nuestro botín, que de fruto de esa primera noche de lucha armada. Esas dos ametralladoras PAM que arrebatamos al enemigo se hicieron legendarias en esa etapa de lucha de le Juventud Peronista. Era de tal pobreza nuestro arsenal que esas dos PAM provocaron grandes cambios. Cambios de poder político… quiero decir… me hace acordar esas experiencias de algunos antropólogos muy inescrupulosos, que a una pequeña comunidad tribal del altiplano le llevaron un hacha de acero y entonces provocaron una hecatombe económica, porque empezaron a producir mucho más de lo que necesitaban y se armó un despelote bárbaro. Algo así pasó con nuestras pistolas ametralladoras.
Hicimos una reunión unos días después para evaluar nuestra situación. Gustavo fue la cabeza de esta evaluación y parecía que era el que más había avanzado en cuanto a la toma de conciencia de que ya éramos otra cosa y que no podíamos seguir practicando los mismos métodos ni permanecer aislados del conjunto del Movimiento. Generalmente habíamos estado bastante desinteresados del resto del Movimiento. Ya que habíamos llegado a este nivel de lucha no podíamos dejar de saber qué era lo que pasaba, qué era lo que estaban haciendo, qué era lo que se preveía y tratar de acomodarnos a eso. Y entonces Gustavo planteó que consideraba fundamental viajar a Montevideo para hablar con la gente de Iñíguez o para hablar con otros contactos de Perón, con el mayor Vicente o qué sé yo con quiénes eran los que estaban allí en ese momento, porque había un comando de fronteras bien importante en Montevideo. Este viaje de Gustavo, que a nosotros nos pareció bien en ese momento, se alargó mucho más de lo que imaginábamos, él quedó ausente como dos o tres meses. Nosotros nos continuamos moviendo y fueron surgiendo algunas diferencias entre nosotros. Yo dejé de trabajar en forma operativa con los compañeros que venía militando. Me di cuenta rápidamente que este tipo de lucha en la que estábamos, implicaba otro tipo de compañeros que aquellos con los cuales estaba en la lucha callejera. O los mismos compañeros pero encuadrados en otro tipo de organización y con otros lazos de disciplina. Ahí me distancio de Spina y comienzo a trabajar con Cacho El Kadri y otra gente, en acciones similares, más pequeñas, de menor riesgo, pero va tomando conciencia que somos un grupo clandestino que busca armarse, pertrecharse, adquirir experiencia, que necesita documentación, que necesita integrar nuevos cuadros. A la espera que volviera Gustavo que era el jefe natural que todos respetábamos, con las directivas o el conocimiento de lo que estaba pasando ya sea en Madrid, ya sea en los comandos de fronteras, con la estrategia que tenían otros sectores del Movimiento. En este período uno de los contactos que hacemos es con Unamuno, el más chico de los Unamuno, que baja de Tucumán a curarse una enfermedad que tenía. A través de él conocemos directamente las peripecias de los compañeros que están en la montaña, en la guerrilla de los Uturuncos. Nos cuenta las terribles dificultares que están atravesando, la pobreza en la que viven y que en realidad los compañeros que estaban peleando en la montaña eran un puñadito y estaban muy mal. En ese sentido él nos pide que los ayudemos abriendo otros frentes. Y nos ponemos a trabajar para intentar abrir otro frente de guerrilla rural en el Chacho, cosa que nunca llegamos a hacer. Nuestra falta de previsión en este nuevo tipo de lucha, nos había conducido a que de partida cometiéramos una serie de errores, como darle participación en estas acciones a compañeros que estaban actuando en otras cosas y también haber hecho partícipes a mucha gente. El asunto nuestro trasciende, lo de Ezeiza fue muy importante, y muchos de nosotros que veníamos de una actividad como la de Corrientes y Esmeralda desaparecemos de un día para el otro. Algunos hilan cabos: justo pasa lo de Ezeiza y fulano y mengano desaparecen, ya no vienen más, no estarán metidos…. Conocían nuestra audacia, nuestra voracidad por hacer cosas, mucha gente sospecha, muchos comentan. La policía comienza a reprimir cada vez más fuerte y reprimiendo otros hechos cae un compañero que lo detienen por otra cosa, pero habla de esto. Caen los primeros detenidos y se hace una bola hasta que vamos cayendo todos. Uno de los últimos en caer es Gustavo que lo balean en una especie de emboscada que le hacen en Buenos Aires cuando él regresa. Cuando esto sucede ya estábamos casi todos presos, menos Cacho que cae un tiempito después. Estamos hablando de mediados del 60, en pleno Plan Conintes: caemos como presos Conintes. El error nuestro fue, por falta de experiencia, que comprometimos en esa acción a la conducción misma de la JP. Cuando el grupo cae por la represión, queda descabezada la dirección política de la Juventud Peronista. No habíamos llegado a la madurez como para separar los niveles. Hasta ese momento había sido la misma cosa la lucha en la calle y la conducción política. O sea, conducía políticamente el que conducía la lucha en la calle. Pero pasamos a la acción militar sin diferenciar estos niveles, y esto nos pierde porque posibilita el surgimiento de una dirección de recambio donde hay graves problemas ideológicos, que provocan un retroceso.
El propio ascenso de las luchas callejeras nos había ido llevando a otro tipo de lucha. Dejamos la lucha de masas para entrar en una lucha de minorías, con las dificultades de adaptación de nuestros métodos, nuestra mentalidad, nuestras costumbres. Fue todo muy difícil, muy penoso, porque en este tipo de lucha más militar tenés que despojarte de muchas cosas, dejar de disfrutar lo que tiene de rico la vida de un militante. Yo creo que nosotros nos dejamos seducir por la lucha armada, lo que pasa es que estábamos en un camino de violencia en el que es muy difícil no subir estos escalones. Lo que ocurres es que no conocíamos otro tipo de lucha. Creo que es culpa de los dirigentes, los mayores que nosotros, que no supieron abrirnos un camino de lucha diferente. Yo los casos que conozco de dirigentes que iniciaron a otros compañeros en la lucha fue siempre de la práctica del terrorismo, pero no conozco a ningún viejo líder que haya iniciado a alguno de los jóvenes en luchas no violentas. Nosotros sacábamos algunas pautas de lucha no violenta de las directivas de Perón, salíamos a pintar paredes: “no pague la luz”, “no pague impuestos”, pero eran rasgos muy pequeños y no éramos capaces de integrarlos en una concepción de lucha porque no teníamos experiencia ni capacidad. Y todo lo que teníamos alrededor y lo que nos llegaba era la acción de ejércitos populares, ya sea de Argelia, ya sea de Uturuncos. Esto fue muy costoso. Fue muy costoso para nosotros en cuanto lo que sufrimos, lo que tuvimos que mutilarnos, los muchachos que murieron sin haber tenido una novia, los que tuvimos un noviazgo… mi noviazgo se gestó en la cárcel durante el Conintes, un noviazgo de visita domingo a domingo y cuando salí de la cárcel me casé a los 23 años, otros murieron antes. La táctica de la violencia usada en esos años de lucha callejera son muy difíciles de borrar. Había que ser muy duro para sobrevivir. El enemigo usaba cualquier tipo de arma, desde puño de hierro, a cuchillo, al ataque por la espalda, y nosotros también; entonces es muy difícil manejar una concepción ética y humanista en una lucha donde tenés que atacar para ganar, no importa si por delante o por detrás, tenés que atacar siempre para vencer, porque lo que importa es ganarles la calle, no dar un combate de gladiadores. ¿Y cómo salís, cómo atravesás toda esa etapa tan dura con una concepción humanista? Yo creo haberme esforzado bastante por hacerlo, pero ví quedar en el camino, en el sentido de los valores éticos, a muchos compañeros. Lo mismo sucedió con la etapa de lucha de los años 70. Gente que termina en la paranoia, en la delincuencia común. Todas las revoluciones presentan este tipo de víctimas. Que no son víctimas del enemigo sino del mismo proceso de liberación. ¿Por qué? Porque no son verdaderos procesos de liberación. El verdadero proceso de libración es el que te permite, liberándote a vos, liberar también a tu país. Cumplir los objetivos, pero también la pequeña escala de vida. Y nosotros no teníamos este manejo, a nosotros nos preocupaba si, mucho, la vida del otro. Yo recuerdo muchas discusiones en el fondo del sindicato de Farmacia evaluando esta posibilidad de la muerte. Más que de ser muerto, que no nos preocupaba en absoluto, o nos preocupaba muy poco, la posibilidad de matar a otro, que era un hecho que se nos podía dar en cualquier momento. Yo a veces les planteaba, lo discutíamos en grupo, qué pasa si yo a las cachiporras que fabrico les pongo más peso. Me criticaban porque con nuestras cachiporras no rompíamos cabezas, pero qué pasa si le rompemos la cabeza a un tipo, qué hago yo, si cargo una muerte sobre mi conciencia, qué hago. Este tipo de discusiones se agudizaron cuando empezamos a manejar armas. En principio dijimos vamos a ejecutar a los verdugos, buenos… a lo mejor yo ejecutaría a un verdugo si se considera que la Juventud Peronista dice: hay que matar al que mató al compañero. Pero en principio yo voy a sacar el arma a un soldado, qué pasa si se resiste, qué pasa si lo mato, qué hago yo con mi conciencia. Estos eran temas muy difíciles, yo recuerdo haber pasado noches enteras discutiendo este tipo de cosas en el fondo del sindicato de Farmacia, que implica una cosa muy romántica de nuestra parte. Si bien actuábamos de una manera muy dura en la calle constantemente, rompiendo narices y pateando huevos, éramos tipos de una gran delicadeza porque éramos como artesanos de la revolución, no éramos profesionales de la revolución como se dio después en los años 70. Éramos artesanos que teníamos toda esa riqueza, esa espontaneidad y esa capacidad de diseño del artesano. En nuestros grupos por ejemplo no había una mayor disciplina. Había un reconocimiento de jerarquías, pero éramos grupos muy desdoblados, muy anarquizantes. Eso nos daba una riqueza terrible. Nunca nadie sabía de cuánta gente se componía el grupo y a su vez cada uno tenía otros y no había ese tipo de cosas de que a este hombre no lo presento porque depende mí, no habían compartimentación de ningún tipo, una cosa muy especial. Eran grupos altamente dinámicos, estos grupos de la Juventud Peronista. Y cuando armamos la Mesa Ejecutiva, que fue un intento de organizar la cosa, lo que armamos fue otra superestructura súper dinámica, que terminó metiéndose en este embrollo de la lucha armada y fuimos todos en cana. Parece que no fuimos capaces de pasar a este estadio… tal vez, por lo bueno que teníamos es que no fuimos capaces. Y ahí para nosotros el Conintes es un golpe terrible.
También hay que recordar las instrucciones y directivas que nosotros y todo el Movimiento recibíamos de Perón. Muchas de las cosas que nosotros decíamos y hacíamos, eran las cosas que Perón había ordenado. Y Perón había ordenado una lucha sin tregua. Esto en el lugar de trabajo, en la calle, donde fuerte, no darle descanso al enemigo. Había que paralizar y caotizar el país y era lo que nosotros hacíamos. Salíamos a la mañana con la cortapluma a cortar cables telefónicos y a la noche estábamos cortando los cables de los tranvías y seguíamos pintando paredes y pintando los autos en los estacionamientos. Imaginate que poca gracia le haría al dueño del auto encontrarse una PV en la puerta, pero para nosotros en ese momento el tener un auto era automáticamente estar del otro lado, lo cual implica el clasismo en que nos movíamos, clasismo intuitivo, visceral… Era cosa de ser de abajo, de abajo.
Los problemas de la relación con Perón se nos plantean en torno al voto a Frondizi. En la disyuntiva si voto en blanco o voto a Frondizi, nosotros adherimos masivamente al voto en blanco. Perón realiza una negociación política que a nosotros se nos escapa, que no aceptamos y nos negamos a reconocer y hasta un día antes de las elecciones decimos que es un fraude, que es una mentira la carta de Perón que llama a votar a Frondizi, cuando ya era evidente que no la podíamos negar. Y dejamos de negarla 24 horas antes, cuando ya se impone, cuando la mayoría de la gente va a votar a Frondizi, cuando ya es evidente que es la directiva de Perón. Entonces nos llamamos a silencio ero mantenemos nuestra postura de votar en blanco. Esta fue una posición unánime de toda la Juventud Peronista. Después recibimos una carta de Perón, donde nos dice que éramos más peronistas que el y que le recordamos a los invencibles, a la Guardia de Napoleón, aquellos elegidos que él conocía uno por uno por su nombre, su familia. Y confiaba en nosotros y que estaba orgulloso de que no lo hubiésemos acatado… en fin, esas cosas que decía Perón. Nosotros estábamos chochos, dispuestos la próxima a ser más duros contra Perón… en nombre de Perón. Era una relación muy especial, muy filial, que tampoco se reproduce en los años 70. Había allí una profunda calidez que no se había quebrado. Después, otras relaciones ya no van a haber, las primeras cartas y fotos autografiadas por Perón nos llegan ya como presos Conintes.
Este tema del Conintes merece también un análisis especial. Una cosa que mucha gente desconoce es que muchos compañeros fueron torturados por los marinos en la ESMA durante el Plan Conintes. Por eso yo creo que muchas de las culpas de las cosas que pasaron en este país la tiene cierta dirigencia del peronismo, que nunca asumió el Plan Conintes como propio, la represión, nunca asumió como propia la tragedia del Conintes, no denunció las cosas que ocurrieron y entonces se repitieron exactamente, a mayor escala. LA tortura se realizó en ese momento en la Iglesia de la Escuela de Mecánica de la Armada. Cubrieron los santos, como hacen en Semana Santa, y ahí tenían a los prisioneros y ahí torturaban. Así fue, sin ningún problema. Y esto, que se sabía, el peronismo nunca lo asumió. Te digo incluso cuando Framini estaba en cargos muy altos nos repudió públicamente a los presos Conintes. La gente de la Juventud Peronista que estaba presente en el acto lo apretó y se desdijo. Era el momento de la campaña electoral de la Provincia de Buenos Aires en 1962 y trataba de hacer méritos ante los factores de poder y nosotros estábamos en la cárcel todavía. El peronismo, que quería ganar las elecciones no asumía públicamente, aunque en la cárcel había personajes muy importantes, incluso había correos de Perón y gente de la superestructura de los sindicatos y del partido. Y esta gente aceptaba no ser asumidos, porque ellos también en el fondo pensaban igual, mientras que nosotros, los de la Juventud Peronista que estábamos en la cárcel, exigíamos constantemente que se hablara del Conintes y que se nos asumiera, porque explicábamos que el Conintes era el desenmascaramiento del régimen de Frondizi, la primera vez que se sacaba la careta y mostraba su rostro militar. Todo esto se va a volver a repetir de una manera mucho más cruel en 1976.