San Martín en «Apuntes de Historia Militar» de Perón

Nace el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, Misiones, donde su padre, Capitán D. Juan de San Martín, ejercía el cargo de gobernador.

Muy joven es llevado a Buenos Aires y se traslada con su familia a España.

Permanece dos años incorporado al “Seminario de Nobles” en Madrid. Cuando aún no había cumplido doce años sentó plaza de cadete en el Regimiento de Murcia. Asciende a subteniente cuando cumple los quince años.

Sirve inicialmente en África, en la guerra contra los moros, Pasa posteriormente a Orán, donde asiste al famoso sitio de esta fortaleza.

Posteriormente presta servicios en 1793 en la campaña contra Francia. Toma parte de las batallas de Masden y Trouilles. Asciende hasta el grado de Teniente 2do.

Toma parte en 1801 en la campaña de Portugal, interviniendo en el sitio de Olivenza. Posteriormente interviene con su antiguo regimiento, en los bloqueos de Gibraltar y Ceuta.

Marcha en 1807 a la campaña de Portugal con el Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor. 

En 1809 asciende al grado de Ayudante Primero e incorporado al ejército del General Castaño, que combatía contra los franceses. En esa campaña se distingue brillantemente en la acción de Arjonilla, por lo que fue ascendido a Capitán por mérito de guerra, pasando al Regimiento de Caballería de Borbón. En él toma parte en la batalla de Bailén, donde es ascendido por mérito de guerra al grado de Teniente Coronel de Caballería, cuando apenas tenía treinta años de edad. Interviene posteriormente en la batalla de Tudela y en 1811 en la de Albuera, pasando al Regimiento de Sagunto.

El 9 de marzo de 1812, en la fragata “Jorge Canning”, desembarcaban en Buenos Aires un grupo de criollos que viajaban desde Europa para incorporarse al movimiento de libertad iniciado en Buenos Aires, entre ellos San Martín. Sus compañeros eran Alvear, Matías Zapiola, Chilavert y Barón de Holmberg. El 16 de marzo la Junta lo nombra Teniente Coronel de Caballería y Comandante del Escuadrón de Granaderos a Caballo a organizarse y el 7 de diciembre de 1812 asciende a Coronel del Regimiento de Granaderos a Caballo.

Retrato de San Martín
Retrato de San Martín, por José Gil de Castro

El 3 de febrero de 1813 se cubre por primera vez de gloria en América, en la acción de San Lorenzo. El 29 de enero de 1814 se hace cargo del Ejército Auxiliar del Perú en el cual había sido asignado General en Jefe, con fecha 10 de enero del mismo año. El 10 de agosto es nombrado Gobernador Intendente de Cuyo. Allí organiza y crea el Ejército de los Andes.

El 21 de enero de 1817 inicia el paso de los Andes y el 12 de febrero aniquila a las fuerzas defensoras de Santiago del Coronel Maroto, en la batalla de Chacabuco.

El 15 de junio de 1817 el gobierno de Chile le nombraba General en Jefe del Ejército de Chile. En 1818 realiza la campaña del Sur de Chile contra el ejército de Osorio.

El 19 de marzo de 1818 es sorprendido en Cancha Rayada donde sufre un revés, pero ya el 5 de abril aniquila a las fuerzas españolas en la batalla de Maipú, consagrando así definitivamente la libertad de Chile.

En 1820 con el cardo de General en Jefe del Ejército Libertador del Perú, emprende su famosa expedición del Pacífico, partiendo de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. Desembarca en Pisco el 13 de septiembre, ordenando la primera campaña de la Sierra, a órdenes del General Juan Antonio Alvarez de Arenales.

El 24 de octubre efectúa demostraciones sobre Ancón y el 30 de octubre y el 12 de noviembre desembarca en Huacho.

El 9 de julio ocupa Lima, asumiendo el mando supremo.

El 21 de septiembre de 1821 se rendía la fortaleza del Callao.

Con ello se consolidó la libertad argentina, chilena y peruana.

El 26 de julio de 1822 se realiza la famosa conferencia de Guayaquil y San Martín abandona el teatro de sus hazañas.

Falleció en el ostracismo, en Europa, el 17 de agosto de 1850, cuando aún la Historia no había hecho suficiente justicia a su eminente grandeza.

Como conductor de ejércitos

San Martín, como todos los grandes conductores, ha sido hombre de “grandes objetivos”, jamás empeñó acción alguna tras un objetivo pequeño. Su vida misma, puesta al servicio de una gran idea, es la prueba de ello y su renunciamiento a desviar su conducta hacia cuestiones pequeñas de la política, evidencia la firmeza de su ideal y la máxima que regló su vida: “Serás o que debas ser, o si no, no serás nada”, es otra muestra de esta aseveración.

Conocedor profundo de su arte, fue un maestro en la economía de la fuerza, empleando siempre el esfuerzo simultáneo y evitando los parciales. Así decía en 1814: “yo no he visto en todo el curso de nuestra revolución más que esfuerzos parciales, excepto los emprendidos contra Montevideo, cuyos resultados demostraron lo que puede la resolución; háganse simultáneos y somos libres”.

San Martín caracterizó al conductor reflexivo y consciente. Poseía las grandes cualidades morales imprescindibles en un comandante de tropas. Era también un acabado maestro y un edificante ejemplo para sus oficiales. Los mejores generales de la República en la Revolución, fueron reclutados por él o instruídos en la escuela de su enseñanza, que será la mejor norma eterna para los oficiales argentinos.

Era así un conductor y un maestro, difícil dualidad que sólo se consigue en los hombres dotados de un equilibrio extraordinario.

He dicho en otra oportunidad que en tiempo de paz cambiaría un conductor por un maestro. Como también en tiempo de guerra cambiaría todos los maestros por un conductor. Clausewitz hizo por el arte de la conducción más que muchos de los conductores juntos. Éstos enseñaron a hacer la guerra, aquel enseñó a comprenderla.

San Martín fue para su ejército ambas cosas: maestro y conductor.

Fue como todos los grandes conductores el estratega que busca la batalla decisiva; al empeñarla llevó “la firme resolución de morir con gloria”, en busca del aniquilamiento del enemigo.

Su conducción es clásica, eminentemente clásica. Su arte es el arte superior de los genios.

Como organizador se distingue sobre todos los conductores americanos de su época: el Ejército de los Andes es el mejor ejército que se haya creado en América, tanto en su organización como en su instrucción y dotación. Formó personalmente los mejores jefes y oficiales de la emancipación, algunos de los cuales se mantuvieron en el comando de tropas hasta la época de la organización nacional y eran irreemplazables. Sus tropas instruidas, disciplinadas y entrenadas, fueron superiores a los veteranos españoles de las guerras napoleónicas.

El Ejército de los Andes fue creado de “la nada”. Fue necesario fabricarlo todo y para ello dentro de la falta absoluta de medios. Sin embargo, San Martín, con su talento múltiple, montó fábricas, formó depósitos, capacitó operarios y fabricó desde la canana y el mandil modestos, hasta el propio afuste del cañón.

Fue el creador en América de la artillería de montaña a lomo y sobre prensa-zorra. Fue el primer conductor sudamericano que dispuso de un Estado Mayor organizado. Fue también el creador de los servicios de estado mayor, revelándose un maestro en las informaciones y organización de aprovisionamientos y reabastecimientos. La aplicación de sus recursos políticos, económicos, financieros, industriales, en el servicio de estado mayor, representan hoy un ejemplo a imitar. Sus planes de operaciones pueden servir de modelo al ejército más moderno de nuestra época.

En el campo táctico se distingue la alta inspiración de un Aníbal y de un Napoleón. Sus batallas son de aniquilamiento absoluto. El empleo de grandes masas para producir el éxito y explotar la victoria es su característica más marcada. Empleó la artillería en masa, por concentraciones de fuego, en contra de las ideas de la època. La acción sobre el flanco y la retaguardia del enemigo, por la maniobra de ala, fue de su preferencia.

Una energía extraordinaria en las operaciones y la aplicación de una ofensiva persistente y metódica fueron las características tácticas de su acción.

En la batalla su actitud personal fue decisiva y lo vemos multiplicarse en todas partes para la dirección de la misma y aún intervenir personalmente en la acción, cargando al frente de sus granaderos, cuando la situación, como en Chacabuco, así lo impone.

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