Cuaderno Peronista N°5

Cuadernos Peronistas es una publicación de la Agrupación Felipe Vallese orientada a facilitar el estudio y la formación de los compañeros mediante la difusión de documentos y materiales históricos de nuestras luchas nacionales.

En qué nos equivocamos

Artículo de A. Cafiero publicado en el diario Clarín, Buenos Aires, 11 de abril de 1984

Cuarenta años de lucha, entre legalidades y persecuciones, entre desilusiones y esperanzas, que parecen esfumarse en los pliegues de la derrota del 30 de octubre, han terminado por llevar al peronismo a un perceptible estado de agobio al que no son inmunes los entes políticos. Es que mucho se ha dicho desde entonces, y entre acusaciones y excusas se ha ensayado toda la gama de la evasión para concluirse afirmando, sin mucha convicción ni análisis, que fuimos vencidos por una máquina publicitaria, como si ésta no hubiera existido, aún mayor, en 1946, 1962 ó 1973; que nuestra derrota fue un accidente, producto de algunos errores y distracciones y que con el desgaste del gobierno volveremos a ser la mayoría invencible de otras horas; o que después de todo no hemos perdido porque hemos sacado el 40% de los votos (sic).

Todas estas evasiones, que rehúsan la sana autocrítica, que se refugian en la explicación pueril y acomodaticia y que nos incapacitan para engendrar una oposición basada en un proyecto alternativo al del oficialismo, son otros tantos síntomas del agobio que nos invade. Mientras tanto nuestros principales adversarios en la desesperada carrera por apuntalar el inesperado triunfo, diagnostican el fin de nuestro Movimiento, que hasta cinco minutos antes se presentaba como una fuerza inexpugnablee imprescindible a la salud de la Nación. Así ha quedado el país político, polarizado entre un oficialismo legítimamente enfervorizado por su victoria ―y tal vez exageradamente confiado en sus fuerzas― y una oposición infecunda. Y mientras ellos se solazan en la retórica de la autoafirmación, nosotros no atinamos a reencontrar aquella fértil identidad que fue la característica de nuestra irrupción triunfal en la política argentina.

Inmerecido

Hoy la memoria de cualquier peronista «histórico» se abruma por estas contradictorias y confusas imágenes que hacen más dura y agraviante nuestra derrota. No es difícil comprendernos. Fuimos protagonistas de las más grandes transformaciones que se hayan hecho en el país durante el siglo. Ensanchamos la base de la participación democrática; fortalecimos las organizaciones sociales intermedias; nos dimos un proyecto de liberación y justicia que fue modelo para los pueblos emergentes, abriendo así los cauces institucionales para la forja de una nueva Nación. Cuando le tocó el turno de la persecución, el peronismo afrontó hasta el heroísmo todas las instancias que le plantearon las dictaduras y los gobiernos ilegítimos mientras ofrendaba el tributo de sus mejores dirigentes y militantes. Hasta hace pocos meses la lucha por la restauración de la democracio fue casi patrimonio exclusivo del peronismo y en especial de aquellos compañeros del Movimiento Obrero que protagonizaron jornadas como la del 30 de marzo de 1982. Por todo ello el peronismo no merecía la derrota.

Y si la tuvo fue porque algo muy grave sucedió entre nosotros; se tiró por la borda el Movimiento y se lo reemplazó por la burocracia partidaria; nos olvidamos del Frente con nuestros aliados históricos para buscar apoyos electorales contra natura; cargos electivos de los más encumbrados se adjudicaron con fraude y violencia; el triunfalismo infantil, el oportunismo feroz, la declinación moral y la soberbia sectaria: he allí el sustituto de aquello de que «primero» la Patria y el Movimiento. Yo mismo me reprocho por no haber sido más exigente, cuando cedía al impulso de la «unidad» teniendo la convicción de que estábamos equivocándonos. Porque la unidad formal de nada sirve. Sirve aquella que nace de la lucha por una comunión de ideas y que se cimenta en la solidaridad.

Nadie es más ni menos peronista que otro. Pero es posible que en esta pérdida de rumbo muchos de los compañeros con quienes hemos compartido tantas horas de lucha hayan comenzado a expresar una imagen, un estilo de peronismo que amenaza con diferenciarnos definitivamente. Porque es imposible ser «liberador» para afuera siendo autoritario para adentro; habitar el escenario de la democracia ―que supone pluralismo político― y negarlo a los propios compañeros; refugiarse en la gesticulación opositora para ocultar el vacío de ideas.

Razones

En esta etapa inédita del Movimiento, el proyecto que se enarbole, la conducta de los hombres y la transparencia de sus actos son más importantes que el dominio formal de los aparatos. Porque, de no ser así, se subvertirían los valores y acabaríamos ―acaso estamos empezando a hacerlo― por subordinar la institucionalización de la «lucha por la idea» a la riña menor por los espacios.

¿Y qué deviene de esta riña? Sencillamente el abandono de todo aquello que nos dio razón y sentido en la vida argentina, sin siquiera perfilarnos como una alternativa válida del poder, y lo que es peor, sin diferenciarnos del conjunto de la política del país; en consecuencia, sin identidad.

Ahora mismo, frente a la trampa dialéctica a que empujan sectores del radicalismo, se teme a un tercer movimiento histórico. Y este temor que subyace en las actitudes de un sector de la dirigencia peronista es en realidad impotencia para asumir el rumbo ideológico y expresarlo con genuina convicción.

El peronismo no será absorbido en otros movimientos en tanto siga expresando un modo de pensar y sentir la Argentina que le es propio e intransferible. No hay síntesis posible entre el peronismo y otras fuerzas o corrientes políticas, aun las más respetables y cercanas.

El justicialismo no es una etapa en la marcha hacia el socialismo democrático o marxista, ni nació para evitar el comunismo, ni puede confundirse con el radicalismo. Pero sí es el eje natural del movimiento, históricamente gestado por Juan Perón, cuya convocatoria se extiende a aquellos argentinos que sin participar específicamente de la actividad partidaria coinciden en sus ideas-fuerza, en los valores asumidos y propuestos.

Y el nuestro es un proyecto específico y original ―hasta donde pueden serlo las creaciones históricas― que se define como una ideología nacional de cambio antes que por una ética universal democrática. Nuestro mensaje se dirige a la compleja dimensión del hombre ―más allá de su condición de ciudadano―, no sólo acreedor de derechos y garantías jurídicas sino también sujeto de necesidades básicas. Para los peronistas, no es suficiente recordar el Preámbulo de 1853 sino que también hay que decir la Constitución de una «Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana» (1949). El proyecto peronista es ambicioso: aspira a construir en el curso del tiempo un Estado de Justicia que supere, aunque lo supone, el Estado de Derecho. Porque el derecho puede legislar la injusticia. Para el justicialismo la sociedad no es necesariamente conflictiva sino posiblemente armónica. Descubrir y alentar tales armonías es parte de la faena política, aunque estas concepciones se tachen de «corporativistas». Para el peronismo el máximo valor de la convivencia organizada radica en la justicia social, la que está lejos de plasmarse, solamente, mediante el ordenamiento jurídico. Es, en cambio, una fuerza transformadora del orden social que no alcanza su deseada dimensión hasta que no se traduce en un estado de persuasión colectiva. El peronismo es en sí mismo un proyecto de liberación nacional. Que no se agota en una cuestión ética, de honestidad personal frente a los intereses transnacionales, sino que es una cuestión vital que exige una genuina empresa de unión nacional y de planificación concertada de un desarrollo autónomo e innovador.

Variantes

La traducción de estas pocas ideas clave a la realidad actual es sencilla; hay que operar cambios drásticos e imaginativos a una situación económica que no admite dilaciones antes que satisfacer ciertos perfeccionismos programáticos; hay que impulsar decididamente los mecanismos de la concertación social y relegar intencionalidades políticas; hay que sincerar al país respecto de su destino; debemos comenzar a pensar en la reforma de la Constitución Nacional; la definición de una sola política exterior y de un solo frente ante la cuestión de la deuda debe asumir mandato prioritario. Ya es demasiado el tiempo perdido. Y en todos estos temas el peronismo puede hacer mucho para el país y para sí mismo. Porque sería una forma de ejercitar la empresa de recuperar su identidad perdida.

Es cierto que a muchos les gana la duda de si existen reservas para intentarla. Por mi parte aún confío en la grandeza que supimos ser, para recrear un peronismo actual, movilizador de ideas-fuerza convocantes, firme en sus esencias y capaz de recomponer el Movimiento Nacional. Si esto significa empezar de nuevo, habrá que hacerlo. Personalmente, conservo aquella fe de las primeras horas y atento estoy al surgimiento de la nueva generación peronista. Si hay futuro, por ella pasa.
Lo demás será hacer camino, y el peronismo nos ha dejado a todos mucho por hacer.

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